En las últimas semanas mucha gente se viene preocupando por el aumento sostenido en el precio de la carne, alimento básico de la población argentina. Esto que está ocurriendo era previsible desde hace varios años atrás, puesto que la población aumenta constantemente y el número de cabezas de ganado se mantiene como lo estaba hace treinta años.
Indudablemente si aumentara la oferta los precios disminuirían, esto es algo elemental, que algunos aparentemente no quieren reconocer. Pero para que esto ocurra hace falta una política ganadera acorde a los requerimientos actuales, que son por un lado el consumo interno, y por otro la exportación, lo que le proporciona al país una cantidad importante de divisas, puesto que nuestra carne está reconocida internacionalmente como una de las mejores, y por la forma de crianza de los animales poseen índices de lípidos menores a la que producen tanto Estados Unidos como la Unión Europea.
Como la testarudez humana no tiene límites, con las políticas erráticas y arbitrarias que están siendo puestas en práctica, no sería de extrañar que dentro de unos pocos años nuestro país llegue a la triste paradoja de tener que importar carne vacuna de Brasil o Uruguay.
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