El motivo principal esgrimido para justificar la invasión a Irak, fue que ese país disponía de armas de destrucción masiva que eran ocultadas sistemáticamente de los inspectores de la ONU, a pesar que el jefe de dichos inspectores afirmaba que tales armas en realidad no existían.
Iniciadas las operaciones militares era notoria la facilidad con que podían ser atacados los numerosos blancos seleccionados, en especial Bagdad y sus inmediaciones, hecho corroborado por los numerosos telespectadores en todo el mundo que observábamos atónitos semejante manifestación de horror.
Las fuerzas regulares iraquíes a lo largo de la contienda demostraron su falta de preparación y la carencia de armamento medianamente sofisticado, realidad que los convertía en presas fáciles del formidable aparato militar del agresor.
En los últimos días de la sanguinaria dictadura de Saddam Hussein y ante la inminencia de una aplastante derrota, los miles de efectivos del ejército defensor cambiaban sus uniformes de fajina por ropas de civil, en un último intento para no tener una muerte segura.
En el transcurso de los meses siguientes a la finalización de la contienda, y tras una infructuosa búsqueda, después de arrasar la casi totalidad de ese desdichado país, las supuestas armas de destrucción masiva siguieron brillando por su ausencia, simplemente porque no existían, a pesar de haber sido el principal pretexto para justificar esa invasión que ocasionó una cifra enorme de bajas civiles. El dictador derrocado afortunadamente está encarcelado y próximamente será sometido a juicio, con la certeza que recibirá una pena ejemplar por sus abominables prácticas.
Para terminar, no puedo dejar de referirme al autoproclamado defensor de la libertad, como es el caso del presidente norteamericano, quien utiliza los mismos métodos criminales de aquel al que tan ferozmente combatió, a pesar de la crítica de la comunidad internacional, incluyendo a Juan Pablo II, de quien nadie puede dudar acerca de su honorabilidad.
No comments:
Post a Comment