El día 11 de junio de 1963 un monje budista llamado Thich Quang Duc, perteneciente a una pagoda vietnamita, se inmoló a lo bonzo en el medio de la calle sin ningún grito dolor y ante el llanto de algunas personas que lo observaban, con la finalidad de manifestar su rechazo contra la persecución religiosa en aquel país.
Sin lugar a dudas en el mundo abundan las injusticias, y muchos reclaman por sus derechos de múltiples formas, siendo la más habitual, al menos en mi país, la protesta indiscriminada en la que se dificulta la libre circulación de los transeúntes o automovilistas, llegando en muchos casos a extremos de vandalismo en los que se daña la propiedad privada sin que los responsables sean sancionados como corresponde.
El ejemplo de ese monje debería ser tenido en cuenta por la gran cantidad de protestatarios destemplados que hay en la actualidad, no estoy proponiendo que hagan exactamente lo mismo, pero podrían motivarse para controlar sus arrebatos, aunque tal vez esto sea imposible en individuos cuyo déficit no es sólo económico, es mucho más grave, lo que les falta son neuronas, por esto mismo antes de que quemen bienes ajenos deberían quedar recluidos en un sitio donde no puedan dañar a nadie, ni siquiera a ellos mismos, porque no lo harían por convicción sino por una mezquina especulación, para posteriormente asumir el rol de mártires cuando en realidad tal vez nunca dejen de ser simples marginales imposibilitados para vivir en sociedad.
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